La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares es el diario de un fugitivo venezolano, sentenciado a prisión perpetua, que se encuentra en una isla atrapado es la trama del libro. Él cree que se encuentra en la isla imaginaria de Villings, en el archipiélago de las Ellice, pero no esta seguro. Vive en un museo en lo alto de la montaña, y además que cree que algo extraño pasa en la isla, pues una rara enfermedad, que tiene todos los síntomas de la radiación, está atacando a los animales. Pero un día llegan unos turistas a la isla y se esconde, por miedo a ser devuelto a las autoridades. Pero entre los turistas se encuentra Faustine, una mujer que el fugitivo observa día a día y que le fascina. La escucha tener conversaciones con un científico llamado Morel. Sin embargo, cuando se da a conocer nadie le hace caso, y las conversaciones se repiten día a día, el fugitivo, cree estar volviéndose loco.
«La invención de Morel» es un clásico romántico en el que la pasión triunfa sobre la convención, un clásico surrealista en el que la imaginación triunfa sobre la realidad, un clásico de ciencia ficción en el que la tecnología triunfa en el tiempo y una historia misteriosa lector.
¿Es necesaria la corporalidad para la personalidad humana? ¿La comunidad es posible incluso en aislamiento? ¿Puede el amor sobrevivir a la muerte y – quizás lo que es peor – completa indiferencia? La novela de Bioy Casares aborda todas estas preguntas. No está mal para un pequeño libro que no tiene cien páginas.
Booktrailer del libro La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares
Acerca del autor Adolfo Bioy Casares
Adolfo Bioy Casares nacido el 15 de septiembre de 1914 en Buenos Aires, siendo el único hijo de Adolfo Bioy Domecq y Marta Ignacia Casares Lynch, en el barrio de Recoleta, de clase alta y de buena educación donde residió la mayor parte de su vida.
Debido a su condición social casi toda su vida la dedicó a la escritura y la literatura y logró con gran facilidad , apartarse del medio literario de su época. Escribió su primer relato, Iris y Margarita, a los once años.
Tuvo una gran decepción con el medio Universitario al no poder concluir su carrera de filosofía, por lo que se aisló en una propiedad de la familia donde no recibia visitas pero se dedicaba casi exclusivamente a la lectura, entregando horas y horas del día a la literatura universal. Por esas épocas, entre los veinte y los treinta años, ya manejaba con fluidez el inglés, el francés (que hablaba desde los cuatro años), el alemán y, naturalmente, el español.